lunes, 11 de septiembre de 2017

ES LA DEMOCRACIA, ESTÚPIDOS

No se equivoquen, el debate político sobre la pretendida independencia catalana. La construcción del relato político que es necesario para justificar las posiciones de cada uno de los actores es primero conceptual y después sobre las consecuencias. Gira y necesariamente colisiona en torno al concepto de democracia, qué debemos entender por sistema democrático, y deriva después hacia la explicación de las consecuencias de la independencia.

Afirmaciones como “o referéndum o represión” (Casals), “estamos en una España que está volviendo al franquismo” (Lloveras), “solo el Parlamento de Cataluña puede inhabilitar el Gobierno que yo presido” (Puigdemont), o “nosotros nos sentimos acogidos por el Derecho Internacional” (Junqueras), se enmarcan dentro de una estrategia destinada a sostener que la democracia se identifica con el ejercicio del derecho al voto, y a convencer de que no existen consecuencias perjudiciales del proceso.

No hay que confundir lo efectista con lo esencial. Las consecuencias son malas para ambas partes, pero el debate se ha de dar respecto a la idea de democracia. Dejar triunfar el relato independentista de identificar la independencia con el ejercicio al voto es perder la batalla política central, sin la cual es imposible convencer a quien piensa que legítimamente puede irse de que no se vaya porque es muy malo para él.

Todo sistema democrático se basa en una serie de derechos, de pesos y contrapesos entre los poderes separados que integran el Estado, al mismo tiempo que se dan instrumentos a las minorías para garantizar sus derechos y se establecen procedimientos reglados para el ejercicio del poder.
Si limitamos la idea de democracia a la ilimitada voluntad del pueblo emanada de sus votos, el sistema deriva hacia lo que Alexis de Toqueville llamaba “tiranía de la mayoría”. Precisamente por esto la apelación al referéndum como única opción verdaderamente democrática no solo es falaz, sino profundamente incoherente.

Si pretendemos sostener un sistema democrático fuera de los procedimientos legales que ordenan el ejercicio del poder, en definitiva, más allá de lo que la ley permite, estamos creando justamente lo contrario. Ya encontramos en Aristóteles una clara opción por el gobierno de las leyes sobre el gobierno de los hombres. Menos abstracta es la siguiente afirmación de Cicerón, quizá una de las más bellas definiciones de la libertad que existen, que afirma que “somos siervos de las leyes para ser libres”. Es por esto que los episodios vividos la semana pasada en el Parlament hacen perder toda legitimidad de origen a las normas aprobadas por el mismo, al tiempo que destruyen toda apariencia democrática del proceso independentista.

Decía Marta Rovira que seguían ese procedimiento porque, los otros, “no les habían dejado otra opción”. Lo que traducido significa que como no tengo las mayorías necesarias para desarrollar mi proyecto político, en vez de mantenerme dentro de las reglas e intentar alcanzar el apoyo suficiente, pisoteo toda la legalidad vigente y sacrifico los derechos del resto en pro de un bien mayor, la independencia. La cercanía de esta afirmación a los teóricos de la razón de estado es preocupante. La otra opción no es mucho mejor, encontrar la legitimidad de origen del nuevo orden en una teoría de la revolución (legitima el nuevo orden jurídico en un hecho de fuerza), porque ni si quiera el derecho de resistencia de John Locke tendría cabida.

Lo de las consecuencias jurídicas y el pretendido amparo en el Derecho Internacional y la falta de regulación en la Unión Europea para expulsar a un “Estado Miembro”, lo dejamos para las Resoluciones 1514, 1541 o 2625 de las NNUU (de interés son las declaraciones al respecto de Cataluña del anterior Secretario General) o las Declaraciones del Comité de las Regiones de la Unión Europea. Hoy solo se engaña a quien está dispuesto a ser engañado.

Carlos Alonso Mauricio.

P.S. El escrito no tiene intención de ser exhaustivo ni respecto de las declaraciones ni conceptualmente. La única pretensión es exponer alguna de las falencias del discurso independentista en el intento de revestir el proceso de una imagen democrática y como un proceso ajustado a Derecho o, al menos, legitimado legalmente tanto interna como internacionalmente.

viernes, 24 de junio de 2016

¿Y si De Gaulle tenía razón?


Hoy nos despertamos envueltos en la vorágine del Brexit, anglicismo que implica decir adiós a los británicos del seno de la Unión Europea. Terror en la Unión Europea, horror en los mercados, el Reino Unido se ha ido y nadie sabe como ha sido, que dirían Alaska y los Pegamoides si en vez de cantar fueran el presidente de la Comisión Europea.

El horror en los mercados es palpable desde la apertura, caídas históricas y generalizadas en las bolsas de todo el mundo, depreciaciones nunca vistas de la moneda británica, nerviosismo generalizado, miles de millones perdidos. Pero un poco de calma, que solo llevamos unas pocas horas desde que la noticia se confirmó, esto es perfectamente normal, no un apocalipsis sobrevenido. La reacción económica a corto plazo va a ser de corrección, de una más que probable dura corrección, y en el medio plazo evidentemente habrá consecuencias, pero se pueden afrontar y paliar intentando calmar a los mercados porque, hoy, y hasta dentro de bastantes meses, el Reino Unido sigue siendo un estado miembro, nada cambia de momento.

Más grave, mucho más grave, es el Terror político que parece embarga a los líderes europeos. Aún no hemos oído a ningún alto dignatario de la Unión ofrecer una respuesta seria, sólida y confiable desde las instituciones comunitarias. Pareciera como si no hubieran esperado que esto podía pasar.

La historia del Reino Unido como miembro de la Unión Europea es una historia repleta de altibajos, plagada de dificultades, copada de bloqueos, quejas y privilegios para la Isla. Es el Reino Unido uno de los principales artífices de las dificultades en el proceso de integración política, económica y fiscal de la Unión. La postura británica de bloqueo a cualquier iniciativa que implicara cesión de soberanía ha impedido, en multitud de ocasiones, desarrollar reformas imprescindibles para Europa. Y lo último fue negociar un acuerdo de trato privilegiado para quedarse en la Unión, con la infame aquiescencia de las instituciones de la misma, como si no era ya bastante con la cesión del cheque británico.

Sin lugar a dudas, la Unión con el Reino Unido entre sus estados miembros hubiera sido una organización más fuerte, más relevante internacionalmente, más eficiente y efectiva para resolver los problemas de sus ciudadanos, pero no con un Reino Unido obstruccionista y fuera de todos los acuerdos importantes. 

La salida de los británicos es una mala noticia, pero su permanencia a cualquier precio tampoco era una noticia mucho mejor. Es el momento de Europa, de la integración política real, de la constitución de unas instituciones democráticas y con competencias amplias, de la unión fiscal, de la unión económica, de la solidaridad, de la Europa de los derechos, pero también de las responsabilidades hacia dentro y hacia fuera. Este es el discurso que los mercados, los inversores pero, sobre todo, los ciudadanos europeos necesitan escuchar. Ni un paso atrás en la voluntad de construir una Europa fuerte y unida en torno a los valores que la vieron nacer.

Quizá De Gaulle tenía razón con sus vetos en el 63 y en el 67, pero no por la perniciosa influencia de los Estados Unidos en el Reino Unido, sino porque Europa necesita de una integración que supere los nacionalismos (también el francés, el alemán, el holandés, el español y...) y que cree una ciudadanía compartida, una integración que asegure la presencia de los europeos en el mundo, una integración que requiere una voluntad política que los gobiernos británicos, en cuarenta y tres años, no han tenido.

miércoles, 22 de junio de 2016

POLÍTICA, CONFIANZA Y VERACIDAD


La verdad debería ser un límite infranqueable en política y, de hecho, lo es para la comunicación política, o al menos lo es la veracidad. No porque los que desarrollan su labor en el ámbito de la comunicación política sean personas con un sentido de la honestidad estoico, o porque se vean imbuidos de un sentido de la responsabilidad inexcusable, no. Es mucho más sencillo. Cualquiera que pretenda presentarse como asesor de comunicación, aunque no lo haya hecho jamás, sabe que la confianza, la fiabilidad de un candidato, de un personaje público, es muy difícil conseguirla y extremadamente fácil perderla. Se pierde justo en el momento en el que te pillan en un error garrafal, en una burda manipulación innecesaria y a partir de ese momento tu público dudará de la veracidad de todo lo que digas.

Si uno repasa los titulares de la prensa nacional de hoy, a parte de percatarse del escaso interés suscitado por el debate a siete que se celebró ayer por la noche, descubre que no hay un solo artículo que dedique su titular a otra cosa que no sea el terrorífico gráfico esgrimido por Pablo Casado. De hecho, el cuerpo de los artículos publicados, en su gran mayoría, toman como tema principal del debate la manipulación del gráfico y la respuesta de las redes sociales.

En este caso ni siquiera es cuestión de haber cortado los ejes del gráfico para aumentar el efecto visual del mismo, que también, o de haber ocultado la información mínima necesaria para entenderlo. En esta ocasión lo que han hecho es prescindir de toda proporcionalidad en la columnas del gráfico, de hacer que un incremento del 3.9% del gasto se represente como si hubiera sido multiplicado por tres y, por supuesto, dibujar y colorear, ese trabajo no se ajusta al verbo diseñar, columnas mayores para gastos menores con tal de hacer ver una tendencia creciente ininterrumpida e inexistente.
La preguntas que surgen son ¿por qué se han metido en este lio? ¿No se dieron cuenta al hacer los gráficos? Imposible. ¿Creyeron que en una sociedad digitalizada como la nuestra nadie se iba a percatar del error? Irreal.

Al final lo único que han conseguido es un torrente de críticas en redes sociales, mala prensa durante algunos días y una considerable pérdida de credibilidad de una de las figuras más conocidas del partido, Pablo Casado, que no hay que olvidar que es el vicesecretario general de comunicación del Partido Popular, es decir, el más necesitado de una imagen pública fiable.

El caso sólo tiene dos posibles soluciones, o un error de comunicación incomprensible, o la asunción consciente de un riesgo inútil, pues no les iba a reportar ningún beneficio y van a pagarlo durante los días que quedan de campaña.


Ya veremos si no le hacen algún video… Yo lo recomendaría. 

martes, 14 de junio de 2016

Debate y tedio no deberían ser sinónimos


El siguiente artículo ha sido publicado en el diario digital La Cuarta Columna en el siguiente enlace:
http://www.lacuartacolumna.com/debate-y-tedio-no-deberian-ser-sinonimos/

El debate de ayer comenzó y se desarrolló casi en su totalidad entre el soñoliento tono afectado de Iglesias, el hieratismo irritante de Rajoy, la impostura presidencial de un Sánchez casi ausente y la prisa dialéctica de un Rivera necesitado de espacio. El resultado fue excesivamente largo, con dos pausas eternas, poco ágil y ciertamente tedioso. Lo que nos llevó a un estado de sopor que, por poco, nos hace perdernos el bloque dedicado a la regeneración política, único momento en que el debate se calentó, aunque quizá lo hiciera demasiado.
Los cuatro fueron excesivamente conservadores, a los debates electorales no se va a ganarlos, pero tampoco hay que tener miedo al error hasta el punto de que tu discurso quede atenazado. La prudencia evitó el que se cometieran errores graves, aunque algún desliz recordando a esa “señora que tuvo Ébola en España”… hubo.
La táctica de cada uno de los candidatos tampoco fue una sorpresa, Rajoy e Iglesias continuamente enzarzados en críticas recíprocas, obviando la presencia de Sánchez y lanzando sólo algún aldabonazo suelto a Rivera, había que polarizar el debate, como la campaña, y pegar algún tiro en la rodilla a ese que dice ser de centro.
Por su parte Sánchez llegó sabiendo que la agresividad que mostró en los debates de diciembre no le favorecía, pero se pasó de frenada. Intentó ganarse la imagen de hombre moderado y prudente, la imagen de presidente del gobierno, pero no lo es.
Le faltó fuerza y decisión en las críticas y respuestas a sus contrincantes, además de no tener claro quién era su principal objetivo, si el Partido Popular para ganar unas elecciones que tiene perdidas, o Unidos Podemos para proteger el segundo puesto que peligra seriamente. Ha perdido su, quizá, última oportunidad.
El caso de Rivera es distinto, las expectativas con las que llegaba eran más bajas que en diciembre, y eso facilita mucho tu papel. Tenía un atril en el que situarse, lo que le ayudó mucho a mejorar su lenguaje no verbal, es decir, a no bailar durante las dos horas largas de emisión.
Empezó acelerado, desubicado, sin protagonismo, pero fue creciendo hasta que llegó su momento, regeneración de la vida política española y ahí, repartiendo golpes a diestra y siniestra, terminó de encontrar su espacio y recuperó la atención de Iglesias y Rajoy. Le dieron un protagonismo que no tenía y necesitaba imperiosamente, picaron el anzuelo de las críticas feroces de Rivera.
El último minuto fue para los nuevos partidos, la concreción de Iglesias, que empezó con el bloque dedicado a los pactos, fue una forma efectiva de lanzar un mensaje de fondo y de ánimo a sus votantes, mientras que la emotividad del mensaje de Rivera, con claras referencias a discursos clásicos, le sirvió para generar empatía e ilusión con su proyecto.
En contraposición al último minuto de los partidos tradicionales, siendo el de Sánchez su mejor intervención, pero no suficiente para sus necesidades, y el de Rajoy una mezcla irracional de turismo, erasmus, trasplantes y servicios públicos recortados o sin recortar, habrá que preguntarle a Vallés.
Y el debate terminó a una hora indecente, con Rajoy como vino, con la moderación de Iglesias casi intacta, con Rivera respirando el oxígeno ganado en la última parte y con Sánchez incólume, él, como Aute, sólo pasaba por aquí.
Muchos nos quedamos a verlo hasta el final, no sin cierto sufrimiento en algunos tramos, con la esperanza de que nos sirviera para aclarar algo de aquí al día que tengamos que ir a votar. Pobres ingenuos, no nos dimos cuenta de que quedan 12 días para ir a las urnas, y que para ese momento, lo que sucediera ayer ya se nos habrá olvidado.

martes, 26 de abril de 2016

Hemos llegado al final RIP


La legislatura está agonizando, los plazos se agotan, el tiempo expira, la esperanza se diluye. La fe nos abandonó ya hace tiempo pero hoy nos enfrentamos a la realidad palmaria, la que nadie quería asumir. No, no estoy hablando de la celebración de unas nuevas elecciones, aún peor, volvemos a entrar en CAMPAÑA ELECTORAL.

Ya podemos decir, perdí la fe hace unos días, que las elecciones son inevitables, salvo un giro dramático de los acontecimientos a última hora. Y la culpa no la tenemos los ciudadanos que en ejercicio de nuestros derechos políticos elegimos a los miembros del cuerpo legislativo. No, la culpa no es nuestra por no haber concedido una mayoría, cuando no absoluta, al menos lo suficientemente clara. La culpa es de aquellos que, sin hacer su trabajo, llevan cobrando cuatro meses sus sueldos públicos, los diputados.

Es absolutamente incomprensible la incapacidad manifiesta para alcanzar algún tipo de acuerdo. La cerrazón de sus posiciones ideológicas, la inmovilidad de sus eslóganes políticos. El olvido del interés general es imperdonable. Estos meses han estado caracterizados por movimientos cortos, recursos tácticos con los que posicionar a su partido en una posición dominante, preparándose todos para una repetición de las elecciones, sin un interés real, al menos en una parte importante de los partidos políticos representados, de alcanzar un acuerdo que dote a nuestro país de un gobierno.

Huelga decir que hay algunos que soportan, o deberían soportar, mayor resposabilidad en esta situación. Mariano Rajoy no ha estado a la altura de las circunstancias. Se ha comportado como un político que solo sabe gobernar con mayoría absoluta. Aun siendo la fuerza más votada debes sentarte a negociar, con todos, hasta la extenuación, aunque sepas de inicio que no te quieren porque es lo que los ciudadanos habían pedido. Ahora bien, sentarte a esperar a que otros fracasen haciendo lo que te correspondía (sesión de investidura), y pretender que luego te acepten como presidente, con tu programa electoral, sin apenas ninguna cesión y sin haber llamado o negociado los términos del acuerdo con nadie es ingenuo, en el mejor de los casos, y absolutamente irresponsable en éste.

Podemos en general, y Pablo Iglesias en particular, también tienen su parte de responsabilidad. ¿La diferencia con Mariano Rajoy?, que de ellos no esperábamos otra cosa y de un presidente del gobierno uno siempre espera, al menos, sentido de estado, cuando no común. Podemos decidió bloquear el pacto PSOE-Ciudadano legítimamente, pues se aleja de sus propuestas programáticas y, por añadidura, les alejaba del poder, su fín último. Con su propuesta alternativa, que nunca dejó de incluir la convocatoria de un referendum que el PSOE no podía asumir, y el correspondiente reparto de poder (todo para ellos) en el gobierno, dejaban a Pedro Sánchez entre las elecciones y el sometimiento. Pero, como decía, tampoco podíamos esperar de este partido lealtad y compromiso con el Estado, todo lo contrario, su fin último es el ascenso al poder, independientemente de los medios, y con esos cálculos han estado y están jugando. Las encuestas avanzan que su riesgo es real.

De Pedro Sánchez poco más que lo que he escrito otras veces puedo decir. Dudo que su oferta de pacto con Ciudadanos sea de sincero aprecio, pero la alternativa de Podemos le ha sido imposible asumirla y la gran coalición hubiera sido, para la progresía de Ferraz, un sacrilegio, ateo por supuesto. Al señor Sánchez le dijeron en el Comité Federal ve y vuelve con tu escudo o sobre él. La batalla ya está fijada, el día de las elecciones.

Y, por último, respecto de Rivera... el análisis es aún más difícil. Se mueve en una línea tan fina entre la derecha y la izquierda que el ejercicio de equilibrismo se complica con el paso de los días, y le queda, presumiblemente, una campaña muy dura por delante. Su mejor opción es afianzar la imagen de estadista, dispuesto a negociar y pactar a uno y otro lado para defender los intereses generales. Eso es lo que ha intentado demostrar en estos cuatro meses, aunque su éxito ha sido solo parcial, al no haber podido sentar a la mesa al Partido Popular. Si nodesiste de su empeño de negociar con todos, quizá siga sin conseguirlo, pero se mostrara como una alternativa cada vez más fiable.

Digamos adios a la legislatura más corta de nuestra historia, pero no como un fracaso ciudadano, sino como una oportunidad en la que haber descubierto quiénes son los indicados para responder a nuedstras exigencias de diálogo, acuerdo y pacto.

Que esta legislatura, a su final, lleve tanta paz como deje.


viernes, 15 de abril de 2016

doce días para vender el fracaso


Los partidos políticos en España se enfrentan, en cuestión de doce días, a uno de los retos comunicativos más difíciles que han tenido que afrontar en los últimos años, y los antecedentes no nos permiten ser optimistas respecto del posible éxito de algunos.

No nos encontramos ante una crisis política puesto que existe una salida regulada para esta situación. Pero, sin duda, sí estamos ante una parálisis grave de la política española provocada por la inoperancia de aquellos que la dirigen. Y he aquí el elemento clave de lo que vamos a vivir en las dos próximas semanas y, si nada lo remedia, durante los meses que dure la campaña. Los partidos necesitan evitar aparecer como los responsables y colocar esta etiqueta en el contrario para afrontar con ciertas garantías una nueva concurrencia electoral.

Este elemento de la comunicación, este escurrir el bulto sin disimulo, va a ser la estrategia de campaña de los cuatro grandes partidos, pero los hay que parten con cierta ventaja. Fundamentalmente, Ciudadanos, que ha conseguido posicionar su mensaje entre el Partido Popular y el Partido Socialista, y que se presenta cono el "verdadero" abanderado del diálogo y la negociación. Habrán de tener cuidado, pues su situación provocará un aluvión de críticas de uno y otro lado y, sobre todo, de Podemos. Pues ya se sabe, los que en la negociación fueron aliados, en la campaña serán enemigos. Y viceversa si fuera necesario. Esta es la política espectáculo que tenemos.

Por su parte, el Partido Popular, no sólo va a tener que luchar contra la imagen de bloqueo que intentan proyectar el resto sobre él, que incluso puede beneficiarle de cara a su electorado más fiel que lo entenderá como firmeza, sino que, su mayor problema será el inmovilismo adoptado. Va a ser muy difícil convencer a sus votantes de que son un partido confiable después de tres meses de no hacer nada, no llamar a nadie y, únicamente, quejarse de que el PSOE no ha querido sentarse con ellos. Tampoco sé que esperaban. En todo caso, durante la campaña, veremos como elevan el tono, como se muestran como un partido fiable, como la mejor alternativa y como un partido dispuesto a ceder en lo que sea necesario para vencer la parálisis. Eso sí, siempre que esa gran coalición la presida Mariano Rajoy.

Podemos, el más damnificado por la situación según las encuestas, ha vuelto ha realizar un movimiento, táctico diría un deportista, a la defensiva. La consulta a las bases, más allá de proyectar una imagen de democracia real que ha sido expresamente contradicha por el ejercicio del poder omnímodo de Pablo Iglesias, es una huida hacia delante. Necesitan este refrendo para construir un discurso de campaña efectivo, que vuelva a atraer a los votantes perdidos, basado en que su actitud de bloqueo ha respondido al sentir de las bases de su partido. Y entre tanto, necesitarán esa otra parte de la comunicación política, que es la que se dirige hacia dentro, para apaciguar disensiones, reafirmar confluencias y, si es posible, sumar a Izquierda Unida para salvarse de la debacle.

Y entre todas estas variantes destaca el Partido Socialista y, especialmente, su secretario general, que no son necesariamente lo mismo. A parte de acallar el conflicto interno y presentarse unidos a las probables elecciones, Pedro Sánchez necesita mejorar sustancialmente su resultado y, además, no verse superado por Podemos si estos se presentan con Izquierda Unida. Si no mejora su resultado y se convierte en una verdadera alternativa al Partido Popular le va a ser imposible negarse de nuevo a negociar y dejar al país sin gobierno otros seis meses. Si se ve relegado a la tercera posición será su fin. Lo único que le ha mantenido vivo ha sido la parálisis generalizada del Partido Popular y el haber vendido su imagen como candidato en la sesión de investidura. Ese será el mensaje a transmitir, el de ser la única alternativa fiable por la izquierda capaz de aunar las voluntades necesarias, siempre que Podemos (el gran enemigo encubierto) no decida, de nuevo, impedir el cambio.

Y después del resultado electoral, si se consuma el fracaso para el que todos llevan preparándose desde el dos de marzo, dos posibles alternativas. La primera, que Partido Popular y Ciudadanos puedan formar mayoría, que sin duda le saldrá muy cara a los de Génova 13 y, está por ver el precio personal que debería pagar Mariano Rajoy. La segunda, que esa suma no alcance mayoría, caso en el que la responsabilidad. si el pacto Ciudadanos PSOE sobrevive a la campaña, recaería en Podemos, y habrá que observar cuanta presión son capaces de soportar sus líderes. Hay más opciones, pero son tan imprevisibles que explorarlas sería un ejercicio de prestidigitación.

Hasta ese momento de catarsis nacional, que serán las elecciones o la formación de gobierno, iremos sobreviviendo entre blanqueos, prevaricaciones, recalificaciones, evasiones y corruptelas de todo tipo que son el leitmotiv de todos los días en esta España nuestra.


jueves, 10 de marzo de 2016

Europa no ha muerto, se ha suicidado


El 9 de mayo de 1950 Robert Schuman sabía que "la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan", y afirmaba que "la contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas."

Sesentaiseis años han transcurrido desde la Declaración Schuman y Europa ya no está dispuesta a afrontar los trabajos que requiere el mantenimiento de la paz mundial, siquiera los que serían necesarios para el mantenimiento de un nivel de violencia soportable. Europa se ha cerrado, se vuelve sobre sí misma, ciega al devenir histórico, superada por los acontecimientos, vencida por aquellos que, desde dentro, se niegan a responder a la crisis humanitaria que vive Siria e, incluso, violan sin rubor sus obligaciones jurídicas internacionales. Europa hace tiempo que perdió su identidad, pero hoy, está peor que nunca.

Para un ciudadano europeo resulta dificil de entender cómo las instituciones de la UE han perdido de vista elementos centrales de sus objetivos. Las declaraciones solemnes contendias en el preámbulo del Tratado de la Unión Europea son hoy papel mojado. Hoy se puede perder toda fe en la promoción de la paz, la seguridad y el progreso por parte de Europa. Poca esperanza podíamos albergar tras escuchar a Donald Tusk, a la sazón Presidente del Consejo Europeo, pedir a los refugiados, que no inmigrantes ilegales, que se quedaran en sus casas, esas casas sitas en el campo de tiro de Siria, en vez de venir aquí. Pero todas las dudas se han despejado al darse a conocer el indigno acuerdo entre los 28 y Turquía.

Este acuerdo mina las bases de un principio esencial de la historia de la integración europea, el respeto y la promoción de los Derechos Humanos. El acuerdo da carta de naturaleza a una práctica que impide a un refigiado solicitar asilo en territorio europeo. Todo lo contrario, todos aquellos que consigan arribar a Europa son considerados inmigrantes ilegales e inmediatamente deportados a Turquía, a cambio, eso sí, Turquía mandará igual número de ciudadanos que hubieran obtenido el derecho de asilo por parte de este país. 

De modo que los países europeos no se hacen responsables de tramitar los procedimientos de asilo, ni son garantes de que estos procedimientos sigan los cauces legales establecidos. De hecho, dejan este trámite, fundamental para el reconocimiento de deechos, a un país que ni siquiera está sometido a la legislación común europea, que oprime a los Kurdos que son una parte importante de la población siria y que, sin duda, tiene en su gobierno a una serie de personajes poco amigos de ese documento que se vino en llamar Declaración Universal de los Derechos Humanos. No es Turquía, o mejor dicho, su gobierno, un socio fiable para delegar el reconocimiento del derecho de asilo de aquellos que huyen de la guerra.

Más allá de que Europa viole sus propias normas al no permitir la solicitud de asilo en embajadas, de que hoy admita lo que hace unos meses recriminaba a España por ser ilegal según su propio derecho (las devoluciones en frontera), de que se levanten vayas fronterizas entre nuestros estados, o que se acuerden administrativamente (hablo de la ruptura de la libertad de circulación por el acuerdo con el Reino Unido), o de que incluso sus máximos representantes adopten discursos que podría sostener el Frente Nacional en Francia. Lo dramático no es sólo esto. Lo verdaderamente dramático es que esa Europa integradora, faro de la democracia, la paz y los derechos humanos ya no existe. Ahora sólo somos un conjunto de intereses económicos insensibles al sufrimiento ajeno, siempre que una cámara de televisión no grabe a un niño muerto en nuestras playas.

Europa es irrelevante en el mundo, es consciente de su irrelevancia, y lo ha vuelto a demostrar. Únicamente desde la insignificancia política y la indignidad moral se puede renunciar a los principios más elementales de tu fundación, dar la espalda al sufrimiento humano, no hacer nada en cinco años para acabar con una guerra cruenta y, finalmente, negar la ayuda a aquellos que han cometido la osadía de irse de sus casas para huir de una muerte segura. Así, Europa, ¿para qué?